Me compré una nueva abrazadera, más grande, más gruesa y me elaboré unos corchos erizados de tachuelas. Son un par listo para martirizar la piel. Pero no encuentro un espacio para poner en práctica la terapia amargadulce.
Mi muñeca, si supieras cuánto te extraño.
A veces está encendida la lucecita verde, señal de que ella está al otro lado y me dan ganas de escribirle algo, de saludarle, pero sé que si contesta lo hará por inercia y mera cortesía, respondiendo sólo monosílabos o lo mínimo. Me freno entonces.
¡Que deprimente es el verano!
No hay comentarios:
Publicar un comentario